WASHINGTON.- La elección primaria de New Hampshire suele quedar opacada por el caucus de Iowa, un imán de atención mediática. Pero la segunda cita del calendario de la elección presidencial ha ungido a varios políticos en la pelea por la Casa Blanca, aun cuando llegaron perdedores de Iowa. Uno de ellos fue Donald Trump, en su primera campaña presidencial, en 2016. Trump buscará mañana una nueva victoria, esta vez con la intención de que se convierta en una coronación prematura como líder indiscutido del Partido Republicano, y, nuevamente, candidato presidencial.
Trump llega a la primera de New Hampshire fortalecido, envuelto en una confianza extrema. La salida de la carrera presidencial del gobernador de Florida, Ron DeSantis, quien suspendió su tumultuosa y caótica campaña el fin de semana y le dio su respaldo –pese a las críticas que le despachó las últimas semanas–, lo dejó ante una solitaria rival: Nikki Haley, devenida en la última esperanza del establishment republicano. Al ser la primera contienda mano a mano entre Trump y Haley, la primaria de New Hampshire puede terminar por definir este mes la candidatura.
Para Trump, un triunfo en New Hampshire lo convertirá virtualmente en el candidato presidencial del Partido Republicano. Los candidatos presidenciales suelen ganar Iowa o New Hampshire, y nunca en el último medio siglo un candidato que ganó dos de las primeras tres elecciones –Iowa, New Hampshire y Carolina del Sur– se quedó después sin la candidatura. Desde 1976, seis de los ocho ganadores de New Hampshire se quedaron con la nominación, incluido Trump, ocho años atrás. Por eso, para Haley y el establishment republicano, New Hampshire representa la batalla final, el último intento por detener a Trump.
Las últimas encuestas muestran a Trump y a Haley en ascenso, pero Trump todavía aparece con una cómoda ventaja de dos dígitos, casi 20 puntos arriba de Haley, según el promedio de sondeos de RealClearPolitics. Aunque la brecha entre ambos se achicó sustancialmente en las últimas semanas, Trump podría volver a obtener mañana más del 50% de los votos, tal como ocurrió en Iowa.
La elección de New Hampshire tiene varias particularidades que la transforman en un comicio mucho más significativo que el caucus de Iowa. Primero, la elección se hará bajo el formato tradicional de una primaria, y no bajo el modelo de asamblea de los caucus. La gente irá a votar a una escuela como en cualquier elección, y lo hará en una casilla de votación. Y el electorado será más diverso: es más moderado, suburbano y menos religioso que el de Iowa, y en las primarias además está permitido que voten los votantes independientes, que no estén registrados con un partido, ya sea que voten en las primarias republicanas o demócratas. New Hampshire, cuyo lema es “vivir libre o morir”, es un “estado péndulo”: en algunas elecciones presidenciales ha volcado a favor del candidato demócrata, y en otras. Sin las inclemencias del clima que sufrió Iowa una semana atrás, este martes se espera que voten más de 320.000 personas, según estimaciones del gobierno local.
La importancia que las campañas presidenciales le asignan a la segunda cita electoral del año quedó reflejada en un dato: desde principios de año, los candidatos y las organizaciones que los respaldan gastaron casi 80 millones de dólares en publicidad, según recabó la firma AdImpact. Todo para una elección que decide menos del 1% del total de delegados que irá a la Convención Nacional, el órgano partidario que nombra al candidato.
El último día de Trump antes de la primaria fue un testimonio de su campaña presidencial: empezó en Nueva York, con una aparición en el tribunal donde se lleva adelante el juicio civil por la demanda por acoso sexual de la escritora E. Jean Carroll, y terminará más tarde con el cierre en New Hampshire. Con el grueso de las elecciones por delante, Trump solo parece esperar a que sus rivales se rindan. En una entrevista con Newsmax, Trump dijo que no le pedirá a Haley que se baje si pierde este martes, pero dijo que “debería”. Y el domingo, Trump enterró sus ataques a DeSantis y lo llamó por primera vez en meses por su nombre para agradecer su respaldo.
“Antes de empezar, quiero tomarme el tiempo para felicitar a Ron DeSantis, una persona realmente increíble. Pude conocer a su esposa, Casey. Hizo una gran campaña, les digo. No es fácil, creen que es fácil, ¿verdad? Pero no es fácil”, dijo Trump. “Me dio su respaldo, y lo aprecio”, completó.
En solitario, Nikki Haley va por la hazaña: una victoria que le permita dar un golpe de efecto, mostrar que Trump no es invencible, y tomar impulso para intentar dar el zarpazo el “Súpermartes”, a principios de marzo. Nadie cree realmente que lo conseguirá. Pero, de todos modos, Haley se muestra dispuesta a dar pelea hasta el final, aun cuando parece navegar en contra de la corriente del Grand Old Party. Algunas historias del pasado alientan su esperanza. En 1992, Bill Clinton logró un segundo puesto, un desempeño mucho mejor de lo esperado, y ganó impulso hasta imponerse con la interna demócrata. En 2008, John McCain se estaba quedando sin plata y languidecía en las encuestas, puso todas sus fichas en New Hampshire, ganó y después se quedó con la candidatura.
“Estados Unidos no hace coronaciones”, dijo Haley en su primer evento del día, en Franklin, New Hampshire. “Creemos en las opciones. Creemos en la democracia y creemos en la libertad. He dicho que amo el estado de “vivir libre o morir”, pero ¿saben qué? Quiero convertirlo en un país en el que se viva libre o se muera”, proclamó.