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«Fundaron» Buenos Aires, fueron los primeros héroes de Malvinas y parecen de película

En la misteriosa Buenos Aires, cada día más misteriosa, a 100 metros en línea recta de la escultura de Plaza de Mayo, un agujero negro que ni Stephen Hawking supo que existía, conduce a un viaje por varias estaciones del tiempo.

Entre la Capilla San Roque (1756) y las pesadas puertas de hierro de la Basílica y Convento de San Francisco de Asís, se pierde el Museo Franciscano Monseñor Fray José María Bottaro, el umbral de una máquina del tiempo que nunca se detiene. Si el viajero desprevenido piensa que pasará por tapices añejos, estatuas coloniales y algún retablo, deberá prepararse de antemano para enfrentar un vértigo desconocido. 

Antes de ingresar, hay que alzar los ojos para darse cuenta de que se ingresa a otra dimensión desconocida. 

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Sobre el alero de la fachada principal, un curioso grupo escultórico discepoliano reúne en una misma puesta en escena al escritor florentino Dante Alighieri (1265-1321), al pintor “hiperrealista” Giotto (1266-1337) -autor de la primera bioepic muda del Renacimiento- y al inefable Cristóbal Colón, sable en mano, cabizbajo y… ¡de rodillas!, los tres venerando la imagen etérea, más frágil y vigorosa de toda la manzana, San Francisco de Asís.

La gesta del Hermano Sol y de su par Clara de Asís, la Hermana Luna, pica el boleto de entrada en este Museo Franciscano, un casi ignoto túnel del tiempo que se abre en la sigilosa esquina de Alsina 308. 

Más sigilosa aún en 1583, cuando Juan de Garay repartió a su antojo, en cuadrículas perfectas, las 112 manzanas de todo lo que constituía por entonces Santa María del Buen Aire. Ese catastro primitivo, enmarcado y colgado sobre la pared derecha del Museo es el primer sacudón hacia el pasado.

Es fácil ver ahí que justo este solar delimitado por las actuales calles de Defensa, Alsina, Balcarce y Moreno, casi en la primera línea de fuego de los ranqueles, fue ocupado por un puñado de valientes de la orden franciscana, traídos para bendecir el segundo round del Nuevo Mundo del Cono Sur.

No hay dudas de que así fue, porque el primer registro que testimonia la presencia de túnicas franciscanas es de 1583, cuando pidieron por escrito hostias y vino para poder celebrar la misa. Es decir, en 1583 ya estaban; ¿y antes? También podría ser… desde el primer desembarco. 

Allí, en esta manzana del actual barrio de Monserrat, junto a la otra contigua que albergaba el Convento de las Once mil Vírgenes, lo que sobraba era espacio y buena voluntad. Los mismos frailes trabajaron a sol y a sombra amasando sus ladrillos de barro, sin desear nada más que levantar la piedra fundacional de su casa sudamericana. 

Franciscanos que «fundaron» Buenos Aires

Sí, los franciscanos son el cuerno del espacio-tiempo. El catastro teojurídico de la Orden Franciscana no coincide con nuestro mapa geográfico. Están en Buenos Aires, a la vuelta del Colegio Nacional Buenos Aires, sí, pero habitan otro código urbanístico, la Provincia Franciscana de la Asunción de la Santísima Virgen del Río de la Plata; en vecindad con la Provincia de San Francisco Solano, también en territorio argentino.

La construcción “definitiva” del Convento Franciscano, en nuestro Monserrat, llegó en 1731 cuando el jesuita Andrés Blanqui, uno de los arquitectos más importantes de la época colonial, garantizó su futuro cielo levantando iglesias a diestra y siniestra por todo Buenos Aires. También salieron de su pluma las de San Ignacio de Loyola (a 4 cuadras), la del Pilar (Recoleta), la de Nuestra Señora de Belén (hoy San Pedro Telmo) e incluso el prometedor Cabildo porteño. 

Para 1754, los franciscanos ya estaban en condiciones de celebrar con misa inaugural su nueva morada terrestre. Y duró bastante.

En 1907 empero, la fachada debió decirle adiós a su simpleza neoclásica en reemplazo de la impronta neobarroca que le impuso el arquitecto austríaco Ernesto Sackmann. El grupo escultórico de los tres ilustres renacentistas ya mencionados estaría desde entonces escoltado por dos torres rococó con querubines, estatuas de Fray Marchena, Bacon, los Papas Sixto V, Gregorio IX, León XIII, rematadas por dos cúpulas. Empalaga.

Tamaña sorpresa se habrán llevado en 2007 cuando, con nuevo afán reconstructivo, se descubrió en el interior de la escultura de Dante Alighieri una “cápsula del tiempo”.

Es decir: una pequeña lata con una hoja del diario La Prensa de 1908, otra portada en alemán de un diario de Innsbruck, ciudad natal de Antonio Voegele -autor de las esculturas-, un puñado de monedas y un sobre con la leyenda: “Yo saludo a quien encuentre estos escritos”, escrita de puño y letra por el artista.

Franciscanos en el Túnel del tiempo

El concepto “cápsula del tiempo”, en verdad comienza a materializarse ni bien se flanquea el ingreso al Museo Franciscano Monseñor Fray José María Bottaro, en compañía de Alejandro Cáceres, Prof. En Historia y museólogo del sitio, que puede visitarse en forma gratuita, de 10 a 15 hs, los días hábiles.

El Museo se inauguró en 2007, con la curaduría de Eduardo López, Fray Jorge Stipech y el asesoramiento de Hernán Iris, franciscano seglar y experto en ceremonial y protocolo. 

El acervo del lugar se plasmó con importantes donaciones de reliquias de variados orígenes, distribuidas en 4 salas dedicadas al arte sacro, la historia del convento, los relicarios y las Custodias y, por último, a las estrellas máximas del ranking de la humildad, los precursores italianos Santa Clara y San Francisco

  • sillones, mesas, tapices y retratos decimonónicos del político Mariano Acosta y la familia Unzué, que hicieron donaciones significativas a los franciscanos; 
  • recuerdos coloniales varios, desde réplicas a tamaño real de las túnicas franciscanas –idénticas a la que usó San Francisco en la Italia del siglo XIII;
  • el féretro original que recibió los restos mortales de Fray Luis Bolaños, fundador de varias misiones guaraníes en Paraguay, también autor del primer catecismo guaraní, que terminó sus días entre estos muros, en la Buenos Aires de 1629 y que tuvo incluso su propio mausoleo en alguna época;
  • pinturas, tallas, medallas de plata del pontificado de Juan Pablo II, relicarios, cálices, copones, Custodias, atriles, incensarios, vinajeras, etc tasadas entre los siglos XVI y XX.

Uno de los requisitos de la orden es evitar el apego. ¿Hay algo más preciado que la cabeza? Sí, el pelo. Entonces, hay que cortarlo. Ese era el significado de la tonsura que desde antaño caracterizó el despojo franciscano, visible en varias pinturas expuestas.

Desde tiempos de Giotto, San Francisco solía representarse junto a una calavera, símbolo de la fugacidad de la vida. Idem cuando lo pintaban junto a libros, un símbolo de la ciencia, tan vana y pasajera como todo lo terrenal. Por eso y, desde siempre, cada tres años, los frailes son generalmente trasladados a un nuevo destino. 

Por tanto, ellos mismos han ido llevando, trayendo y volviendo a llevar muchos de los objetos más disímiles y atemporales que habitan el museo porteño perdido en los pliegues del espacio-tiempo. 

Por ejemplo, diminutas figuras egipcias; innumerables crucifijos de todas las latitudes, desde Bizancio hasta el Alto Perú; una magnífica pieza correntina del Señor de la Paciencia (Francisco, claro), con la rodilla sangrante, tallada sobre el fragmento de un hueso de verdad; y una vitrina poblada de objetos reveladores que aluden a Fray Pedro Errecart (1917- 1998), uno de los franciscanos que tenía una relación asidua con el matrimonio Duarte-Perón. No era el único. 

Franciscanos y peronismo

Eva María Duarte era muy creyente y quiso que, cuando sucediera, la casara un franciscano. Fue Fray Francisco Sciammarella, quien consagró el sacramento de su matrimonio con Juan Domingo Perón, en la Iglesia San Francisco de Asís (La Plata), el 10 de diciembre de 1945, cuando ella tenía 26 años y él, 50.

El mismo año en que abrió sus puertas el Museo Bottaro, se realizó una muestra temporaria sobre los vínculos de la Orden con el peronismo. 

La vitrina dedicada a Fray Errecart exhibe algunas curiosidades de antaño: entre otras, los reclinatorios sobre los que Eva y Perón se arrodillaron durante su boda platense, privada y secreta; la libreta que demuestra la participación del fraile en la Convención Constituyente de la Nación Argentina (1949); un pase personal e intransferible para recibir en Ezeiza al otoñal líder peronista, cuando regresó al país en 1973 –jornada que terminó en una verdadera lucha campal entre facciones peronistas–. 

En 1947, cuando Eva Duarte recorrió varias ciudades europeas como primera dama, visitó en París al cardenal italiano Giuseppe Roncalli, que luego sería el Papa Juan XXIII. En Roma, se entrevistó con Pedantoni,  el Ministro General de la Orden Franciscana, que le regaló el hábito que vestían los Hermanos de la Primera Orden. 

Ya de regreso, la Provincia Franciscana de la Asunción del Río de la Plata la distinguió “Ilustre Hermana de la Primera Orden”. Como tal, al ser franciscana seglar, le correspondía ser velada con la túnica de la congregación cuando murió el 26 de julio de 1952. Y así sucedió, al menos por unas horas ya que luego sus restos fueron trasladados a la CGT y en el procedimiento para conservar su cuerpo, se lo quitaron.

Es cierto que el género fantástico habilita viajes temporales y mundos paralelos, pero a veces se cuelan tópicos que acercan la aventura al subgénero del terror. Los más tristes anatemas de ese viraje son los objetos chamuscados que sobrevivieron a la histórica profanación de iglesias que ocurrió el 16 de junio 1955 cuando, durante la denominada Revolución Libertadora, algunos forajidos disfrazados de curas quemaron varios templos porteños. 

Con las imágenes y ornamentos que sacaron de la Capilla de San Roque los profanadores improvisaron una hoguera en el atrio. Con la de San Francisco, en cambio, no hubo piedad. Las llamas devoraron hasta las cenizas el riquísimo altar colonial mayor, irrecuperable; en 1972 fue reemplazado por un gran tapiz con motivos franciscanos, realizado por Horacio Butler. 

Justamente apenas se ingresa al Museo, una serpentina de mazapán se retuerce queriendo volver a la vida. Es lo que quedó de una columna de madera de roble, un original de ese altar mayor. Una estatua bastante herida de Santa Margarita de Cortona y la puertita del sagrario del altar mayor también lograron sobreponerse a las llamas y lucen aún las cicatrices que les dejó la blasfemia de 1955. Por suerte, Eva Duarte no vivió para ver semejante desquicio. 

Según el historiador Luis Alberto Romero, el conflicto entre Perón y la curia eclesiástica comenzó cuando se fundó el Partido Demócrata Cristiano, en 1954. Más allá de los datos de color (Perón promovió las peregrinaciones a Lujan) algunos documentos sostienen que durante su presidencia aumentaron los bienes y los puestos eclesiásticos, los sueldos al clero llegaron a duplicarse y aumentaron con el aguinaldo y otros beneficios sociales que antes no los alcanzaba.  


Museo Franciscano


Mejor refugiémonos en el ayer, en la sanadora máquina del tiempo. 

Para el Papa Inocencio III era muy importante la evangelización, salir de Italia y predicar. Y San Francisco, más papista que el Papa, lo respetó a rajatabla. 

Recuérdese que la anécdota definitiva de su conversión sucedió cuando Cristo le habló desde el crucifijo de la Capilla de San Damián y le dijo: “Francisco, vete y repara mi iglesia, que está cayendo en ruinas”. Un pedido que él tomó en sentido literal, pero también metafórico. 

Su Orden, que arrancó en 1208 con sólo 12 hermanos, llegó en poco tiempo a las geografías más distantes incluso en Africa y China.  

Los frailes franciscanos fueron también testigos y exploradores de la conquista americana, que no comenzó en el estuario rioplatense sino en Asunción, 1569, tres años después del fallido intento de Pedro de Mendoza. 

El plan de conquista del Adelantado fue un fiasco: Buenos Aires no valía entonces ni dos pesos, desacreditada por el hambre y el cerco aborigen, sin recursos mineros a la vista y finalmente diezmada por Domingo Martínez de Irala cuando, desde Asunción, dio la orden de levantar campamento, despoblarla y replegarse en el Norte, en Alto Perú, lo único de la región que hasta entonces valía la pena.

Sin embargo, en 10 años fue perentorio encontrar una salida hacia el Atlántico. Y los conquistadores bajaronn siguiendo ese derrotero, con Juan de Garay al mando. 

El 11 de junio de 1580 desempacaron diez cuadras más al norte de los deshechos de la primera fundación del Adelantado Mendoza. Teniendo a dos franciscanos de testigos, los frailes Juan de Rivadaneira y Antonio Picón, Garay fundó La Santísima Trinidad y Puerto de Santa María de los Buenos Aires.

La futura capital argentina no fue por lo tanto la línea de largada sino el punto final.

La de los franciscanos fueron entonces las primeras sotanas que se instalaron en el Río de la Plata. Lo interesante de su paso por América es que rompen con el esquema conquistador de la cruz y la espada. Frente al atropello arrasador que sin duda fue la aculturación europea en el Nuevo Mundo, los franciscanos comprendieron en dos minutos que debían acercarse a los pobladores originales: aprendieron su idioma, les enseñaron su música, fabricaron instrumentos, les inculcaron su fe y les demostraron que se podía vivir con muy poco.  

Franciscanos heroicos

Con todo, la coronación de la conquista llegaría todavía 200 años más tarde…

En esa travesía ordenadora por el túnel del tiempo del Museo Bottaro, dos paradas son tanto o más significativas que las que hacía el protagonista de La máquina del tiempo (H. G. Wells, 1895).

Primera parada: Islas Malvinas, 2 de abril de 1767. Ese exacto día, cuatro frailes franciscanos aceptaron el pedido del gobernador Bucarelli de que abandonaran el convento porteño para comenzar una nueva misión evangelizadora en Port Egmont, fortaleciendo con su determinación la decisión de Carlos III de subrayar la soberanía española en el Atlántico Sur, una pulseada con Francia (ocupaban la isla oriental, Soledad) y Gran Bretaña (en la Gran Malvina) que se había iniciado 4 años antes. 

Sería justicia decir entonces que las sandalias franciscanas no fueron sólo las primeras que pisaron suelo rioplatense sino también malvinense. En 1766 fueron incluidas en la jurisdicción de la Gobernación de Buenos Aires y el marino Felipe Ruiz Puente, fue su primer gobernador. Apenas un año màs tarde, allì estaban los franciscanos haciendo patria y se quedaron hasta 1781, como capellanes de las islas. Fue muy duro: 

“No hay en toda ella [Puerto Egmont, en Gran Malvina] un arbolito: la leña que quemamos es una yerba, que tiene una cuarta de alto; las casas en que vivimos, son todas cubiertas de paja, y algunas con lonas embreadas, y las paredes son de terrones puestos unos sobre otros, que entra el viento lo mismo que por una red. El frío no hay con que ponderarlo; son los vientos tan fríos, y sutiles, que no hay ropa que resista; todos los días son nublados, y siempre o está lloviendo o  nevando, de tal suerte que cuando vemos un día de sol, nos alegramos mucho, y nos causa grande novedad…”, escribió Juan Sebastián Villanueva, el 25 de abril de 1767.

“En toda la isla no hay más vivientes que leones marinos, y lobos, y muchos pájaros aunque estos no se pueden comer, porque hieden. Sólo se encuentran algunos patos ariscos que se llaman avutardas y esta es la única carne fresca que comemos; pero cuesta mucho trabajo para cazarlas… No le escribo más porque se me hielan los dedos de frío, y para escribirle esta me he sentado en el suelo, porque la casa en donde vivo es tan grande que no cabe un hombre parado y vivimos en ella tres”, continuó Villanueva, que permaneció dos años en el archipiélago austral. 

Los otros tres capellanes de la primera hora fueron los frailes José Mariano Agüero, Juan José Pessa e Ignacio Cabrera.

Segunda parada: Buenos Aires, 1610. La Biblioteca que más hubiera amado Jorge Luis Borges funciona precisamente en esta que es hoy la manzana mejor cotizada de la ciudad. En los albores del siglo XVII, esta manzana áurea fue también la Curia de la Provincia Franciscana de la Asunción de la Santísima Virgen del Rio de la Plata. Dentro de ella se fueron guardando pilas y pilas de libros que son el acervo de la Biblioteca Histórica de la Basílica San Francisco de Buenos Aires, la más antigua de la provincia.

Hasta hace poco se podía ingresar con acceso restringido, pero hoy se impone el criterio preservador y es imposible; sólo está abierta para los seminaristas franciscanos, y con permiso especial.

En prolijos anaqueles del Nombre de la rosa, la sombra del tiempo cobija de todo, desde partituras de música hasta libros de cocina. En 1610 el Convento funcionó como Curia de la “Provincia Franciscana de la Asunción de la Santísima Virgen del Rio de la Plata” y por lo tanto era el mejor lugar para guardar de todo. Allí resguardan el material fechado entre 1583 y 1900; de ahí hasta la actualidad, en el Convento de San Antonio de Padua.

En efecto, a fines del siglo XX y bajo el provincianato de Fray Norberto Buján, Fray Bottaro puso manos a la Biblioteca para que llegara a ser lo que hoy es: ¡envidiable, sí!  

Cuando se mira el catálogo de 15.000 volúmenes, se comprende: tiene una hemeroteca donde “consultar” el primer número del boletín Terciario Franciscano (1899); la colección de la Civilta Cattolica; una completa colección de textos teológicos franciscanos; Sermones de 1513; pergaminos antiguos; la edición latina de la Historia Antigua de los Judíos de Flavio Josefo (1534); una Biblia Sacra (1582); 4 tomos en latín de las Obras Completas de Cicerón (1596); la Biblia Políglota Complutense, escrita por el Cardenal Francisco Jiménez de Cisneros (1520), que era el confesor de Isabel la Católica; el Breviario Romano (1697), los 6 tomos del Diccionario de la Lengua Castellana. Primera edición de la Real Academia Española  (1726); el Aphorismi Superiorum (1625); muchas enciclopedias completas, volúmenes de historia y bibliografía de Derecho Canónico.


Franciscanos, hoy 

¿Y los franciscanos? ¿Dónde están? Porque hasta ahora no vi ninguno y mi única compañía, el copiloto de la travesía, fue Alejandro Cáceres, quien me convenció: la mejor manera de encontrarlos es volver sobre nuestros pasos. Aceleramos.

Un coro de ángeles llega desde el lejano fondo del pasillo penumbroso del museo. De pronto se hace la luz; o una media luz, detrás de una puerta de vidrio esmerilado. ¿Habré muerto y me reciben en el cielo? No, son las vocecitas de los circa 320 alumnos que asisten al Colegio San Francisco, que funciona en la manzana histórica y pertenece a la Orden. Los directivos, docentes y ayudantes ya no son miembros de la orden.

“El carisma de los franciscanos no es la educación –como sí lo es en los jesuitas- sino la pobreza. Son una orden mendicante y viven de acuerdo a ese carisma. Necesitan muy poco para vivir y esa austeridad nunca empaña su buen humor. Son muy amables, conversadores, generosos. Una vez quise tener una atención con uno de ellos y le regalé ropa interior, pensando que era algo útil. Estaba muy agradecido, pero me aclaró que tenía que preguntarle a su superior si era correcto recibir un obsequio”, cuenta Darío Ares, ex director del Colegio Franciscano de Buenos Aires (2002-2013). 

Con todo, la Orden tiene más de una veintena de instituciones educativas, de nivel inicial, primario y secundario por el territorio argentino. En el colegio porteño, al que se ingresa por la calle Moreno, estudió José María Estrada y el de Tucumán fue, en 1620, la primera unidad pedagógica del país. 

Siguen conformando una orden mendicante, a pesar de que hoy no salen a pedir limosna ni andan entre leprosos, como hacía su mentor. 

Aunque su sencillez se trasluce en varios aspectos que detallaremos en la siguiente entrega, los frailes porteños viven custodiando las joyas de la abuela, en el predio porteño que les dejó la manzana áurea fundacional. 

Su propiedad privada, de todos modos, es una manzana “mordida” por motosierras y diversas cuestiones financieras que los obligó a ir loteando esa joya histórica de tiempos de Garay. La Orden vive mayormente de donaciones y fideicomisos.

De la manzana 132 que les tocó en el generoso reparto de Juan de Garay, sólo les queda aquí este inmenso convento, la escuela a la que concurren ángeles y querubines, y su increíble Biblioteca Provincial de incunables. 

“En todas las congregaciones se hacen 3 votos. La orden de Frailes Menores hace votos de obediencia, castidad o ‘sin propio’. Francisco nunca menciona la pobreza. El vivía pobremente, pero el ‘sin propio’ no alude a ‘mío’, puede ser parte de la comunidad. Acá cambia el concepto de la pobreza franciscana. San Francisco habla de la pobreza de Cristo, pero para ir a visitar enfermos o a su familia, un fraile va hoy en un auto de la comunidad”, desarrolla Hernán Iris, franciscano seglar miembro de la Tercer Orden.

“La única prohibición escrita que hizo Francisco, en su Regla, fue andar a caballo. Porque él era caballero y estuvo en varias batallas y sabía que, quien lucha desde arriba, también mira desde arriba. Entonces, si un fraile tiene que ir a Roma, va en avión porque no hay otra manera de llegar, pero no en primera sino el clase turista. Esta es la pobreza que hoy se vive”, detalle Iris.

“En sus escritos – los que se le atribuyen-, San  Francisco amonesta diciendo que todo lo que contenga el Santísimo Nombre y Sangre de Nuestro Señor tiene que ser lo mejor, para que la liturgia no se escatime porque en ella va a estar el cuerpo de Cristo”, amplía el especialista, un referente dentro de la comunidad.


El Back to the future franciscano

Aquí, en el convento de CABA viven solamente ocho frailes; ¿dónde están?

“La autoridad máxima de la provincia Franciscana de la Asunción es la Casa Provincial, además de ser convento. Ahí está el ministro provincial, el ecónomo que es el administrador central de los frailes de esta provincia. Por eso, en este convento, los frailes están casi todo el día en las oficinas, haciendo trabajos administrativos, es difícil verlos. Y los viernes dedican la mitad del día a ‘El Buen Samaritano’ ”. 

Cada viernes, son los mismos frailes franciscanos quienes abandonan su túnel atemporal y protagonizan el back to the future con un cachetazo de modernidad. Desde temprano, dedican ese día a la misión que más famosos los hace entre los que menos tienen, El buen samaritano. 

“El buen samaritano comenzó hace por lo menos 10 o 15 años. Es una opción provincial, pero también se hace en Corrientes y Córdoba. En general se financia con las donaciones que se reciben de empresas, incluso del interior. Los frailes no reciben ayuda del Estado, no quieren quedar pegados”, aclara Hernán Iris.

Lo coordina la comunidad franciscana, pero hay muchos civiles que ayudan para que los que vienen puedan llevarse ropa, comida, y aseo. 

“Los Hermanos se la pasan cocinando, pero faltan manos para ir a buscar lo necesario, cortar las verduras, lavarlas, poner los alimentos en viandas”, agrega. 

Cada viernes a las 17 horas, la Basílica abre sus puertas para que los pobres puedan comer como Dios manda, en un merendero para una veintena de personas. Por necesidad, tal vez miedo, muchos comienzan a llegar desde la villa 31 de Retiro antes de las 15 horas, y toda la realidad del siglo XXI cae como alud valenciano sobre la basílica sigilosa.

Uno de los primeros en entrar es Pedro, con gorrita. Detrás de él, Gustavo Pepe, un grandote con cara de pocas pulgas. Su remera negra dice “Seguridad”, pero enseguida muestra la hilacha: es más bueno que Rin Tin Tin.

“Cada dos meses, recibo todos los pedidos: varios packs de arroz, lentejas, polenta, leche en polvo, cacao, mermelada, azúcar, galletitas de agua, caballa y merluza enlatadas, dulces… un poco de todo, pero los Hermanos agregan toda la carne fresca, frutas y verduras, para que por lo menos los viernes los que vengan coman de verdad”, desmenuza Gustavo. 

En las mesas improvisadas dentro de la Basílica, a las 17 hs en punto, los comensales reciben la merienda,; después se les da ropa y lo necesario para que se den una ducha; cenan; se van con una vianda para el día siguiente y con la satisfacción de que alguien los escucha.

“Los frailes son mis psicólogos, a mí me ayudaron mucho. Yo vengo de la Villa 31 y estuve en la mala, no quiero volver a caer, porque ahora tengo, cinco hijos y el más chiquito recién sale de la incubadora, ahí viene, mire”, dice, y por la puerta asoma a contraluz una chica bajita que trae en brazos un muñequito de saquito carmín tejido a mano. 

Al papá le asoma una sonrisa y recién ahí veo los comillos rebeldes que ningún dentista puso en su lugar. Estuvo varios días con el hijo en un refugio, y se la bancó, eh, su compañera es así… va, vuelve, se enoja, otra vez está con él y Pedro cuenta mientras una ráfaga húmeda y colorada como el saquito se le inyecta en los ojos y queda atrapada ahí. Se saca la gorra para disimular y asoma una cabeza blanca de cuerpoespín en la tercera edad; dice que tiene 40 años, la pucha que el sufrimiento envejece.

Pedro no se llama Pedro, pero pide que no revelemos su verdadero nombre. 

Ser papá cambia todo y dice que a los frailes les debe estar vivo, lo ayudaron a salir de la falopa… a la 1-11-14 no vuelve más, otra vez no lo van a agarrar. En la 31 se está mejor, ahí ya saben que a él lo tienen que respetar, pero es fiero, ¿sabe? Porque uno quiere salir del paco, pero el paco te revienta la cabeza, ¿me entiende?

Gracias a Dios, ahora puede cartonear para pagar la pieza de 40 mil al mes, con piletita, baño compartido en el pasillo, ¿y luz? Y sí, doña, es colgada.

Gustavo es el celador de los viernes que pone orden. “Por semana vienen siete u ocho nuevos, son de José C. Paz, Merlo, El Jagüel… unos cuantos de la Villa 31 de Retiro. Acá se recibe a todos, pero lo único que no los frailes no aceptan es que vengan drogados, porque se ponen agresivos y ya hubo problemas, se roban entre ellos. Salvo eso, reciben a todos”, aclara mientras van llegando algunos más. Todos se sientan en los bancos contra la pared. Esperamos.

De pronto, se abren las pesadas puertas de la sacristía y asoma el irlandés Cillian Murphy, el Tommy Shelby de Peaky Blinders. Sale de la pantalla y con un manojo de llaves gigantes, como las de antes, cierra aparatosamente el pórtico sagrado. Ingresa en nuestra dimensión. 

Mientras me descuelgo de las últimas frases de Pedro, Tommy se acerca al grupo, rapadito y de ojos celestiales. En apretados jeans bombilla y remera blanca con leyenda negra de Abercrombie, el galán del drama histórico de la BBC termina de definir el último round de su lucha libre con la mochila enorme y sonríe a pleno.

“El es Matías, el diácono”, dice Gustavo.

(continuará)

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