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Javier Milei quiere que Donald Trump vea a Argentina como aliado estratégico en el sur global

Javier Milei dejó en claro que su objetivo va mucho más allá de que el Fondo Monetario Internacional le apruebe una asistencia monetaria: quiere ser el aliado geopolítico de Estados Unidos en el Atlántico Sur y entrar en la agenda de los líderes de confianza de Donald Trump.

En su visita al selecto grupo de políticos, empresarios y financistas que se reunió en Mar a Lago, el presidente argentino citó a la alianza de las ciudades griegas para frenar el avance del imperio persa en las guerras médicas de hace 2.500 años, y también citó el consejo de Martín Fierro a sus hijos: «los hermanos sean unidos, esa es la ley primera». El mensaje de Javier Milei ante Donald Trump y la plana mayor del nuevo gobierno estadounidense fue claro: lo que se viene en el mundo es una instancia histórica, es la pelea por rescatar los valores de occidente, y Argentina quiere jugar un rol protagónico en ese confrontación.

Por eso, en el entorno del presidente minimizan las contradicciones programáticas que muchos le han marcado sobre su simpatía con Trump, un proteccionista en el plano comercial, que muestra preferencia por ciertas conductas dirigistas y desconfía del globalismo a ultranza.

Lo importante, creen, es que el alineamiento de Argentina con Estados Unidos tenga un firme sustento ideológico y estratégico. Después, los dólares llegarán naturalmente, sea mediante un tratado de libre comercio, sea por la vía de inversiones externas directas o por la colaboración directa entre gobiernos.

Y Milei dio todas las señales posibles de acercamiento. Ya había manifestado su apoyo explícito a Trump en febrero, cuando participó por primera vez en la Conferencia de Acción Política Conservadora y llegó al plano internacional su prédica contra «la casta». Venía precedido por la repercusión de su discurso en el Foro de Davos, donde declaró que Occidente estaba en peligro por el «marxismo cultural», una de cuyas expresiones era la Agenda 2030 de las Naciones Unidas.

En aquel encuentro de febrero, Milei le había dicho a Trump que, como libertario en una región de gobiernos de izquierda, se sentía «más solo que Adán en el día de la madre», a lo que el estadounidense le respondió que pronto iba a estar en compañía. Ahora, no sólo ratificó que lo considera uno de los suyos sino que lo elogió profusamente por su gestión y lo consideró «un presidente MAGA» -en un juego de palabras con su eslogan de campaña Make America Great Again-.

En la vanguardia de la batalla cultural

Milei demostró que quiere formar parte de ese nuevo club y ha dado señales concretas. Recambió a su canciller, enojado por el voto condenatorio del embargo a Cuba. Luego fue el único país de la ONU que votó en contra de una resolución para prevenir la violencia contra las mujeres; y eso ocurrió una semana después del voto contrario a la resolución sobre pueblos indígenas. La nueva diplomacia argentina está demostrando sospecha que, detrás de cada enunciado de buenas intenciones, se oculta el avance del neo-marxismo en la «batalla cultural».

El discurso de Milei en la gala del jueves casi no habló de economía, sino que se centró en el agradecimiento a Trump por haber garantizado «los valores de la libertad» contra el avance de la izquierda y la «cultura woke». Y no se olvidó de su amigo Elon Musk, a quien le agradeció su aporte a la libertad de prensa desde la ex Twitter.

El punto máximo de ese alineamiento será en los primeros días de diciembre, cuando Buenos Aires sea la sede de la Conferencia de Acción Política Conservadora. Allí se espera la presencia de Lara Trump, nuera del presidente electo, y también del ex mandatario brasileño Jair Bolsonaro.

Algunos días antes, Milei invitará a Buenos Aires a la italiana Giorgia Meloni, la figura más destacada de la nueva derecha europea. La aspiración del presidente argentino no es menor: quiere conformar una alianza de la que también formen parte Israel, Alemania y aliados asiáticos para enfrentarse al eje China-Rusia-Irán. Pero, sobre todo, para resistir al «enemigo interno» enquistado en el establishment cultural, los medios, las universidades y la propia ONU.

El aliado del Atlántico Sur

Con Lula da Silva en Brasil y gobiernos de izquierda en Chile, Colombia y México, Milei quiere que Trump vea a Argentina como su aliado natural en esta región del mundo. Es algo que tiene implicancias que van más allá de la retórica sino que tiene implicancias de seguridad estratégica.

Como señaló el politólogo Julio Burdman, Estados Unidos viene mostrando, ya con el gobierno demócrata, un intento por recuperar presencia en el sur global, para lo cual presionó para romper la alianza entre Australia y China.

Estados Unidos manifestó también su preocupación por el avance chino con su observatorio científico en la Patagonia. Y la presencia de la general Laura Richardson en el extremo sur, acompañada por Milei y con la banda militar entonando la marcha de las Malvinas -«Tras un manto de neblinas no las hemos de olvidar»-, dio una pauta de cuál puede ser la estrategia.

«Solo un Milei Geopolítico puede explicarle a su amigo político Donald Trump que la solución óptima para todos es un acuerdo estratégico de cuatro amigos, Estados Unidos, Reino Unido, Argentina y Australia, para afianzar una alianza de seguridad de largo plazo en todos los mares del Sur», argumenta Burdman. Y plantea que en este nuevo contexto hasta podría cambiar la visión sobre la cuestióon Malvinas: «El nodo inicial de la negociación sería destrabar lo que lo impide, que es Malvinas, con una devolución gradual garantizada vía un acuerdo tripartito (o cuatripartito) de largo plazo».

¿Llegan los dólares?

¿Y los dólares? En el entorno de Milei afirman que llegarán, y que la amistas entre los dos presidentes compensará a Argentina por las pérdidas que implique el «súper dólar» y la caída en los precios de las materias primas.

Para empezar, claro, está el tema del FMI. Trump presionará al directorio para que haya fondos frescos que ayuden a Milei a adelantar el levantamiento del cepo sin que eso implique una turbulencia cambiaria.

La consecuencia de esa nueva fase en la economía argentina sería una profundización en la baja del índice de riesgo país y, por consiguiente, el regreso a las categorías de países considerados seguros por parte de los inversores.

El antecedente directo de esa situación fue el «ascenso» en 2018 de mercado «de frontera» a mercado «emergente». En aquel momento, un eufórico Mauricio Macri decía: «Gracias a esta reclasificación, muchas más empresas invertirán en el país, tendremos acceso a capital más barato y se generarán nuevos empleos. Hoy el mundo reconoce que estamos haciendo las cosas bien y nos acompaña poniéndonos al mismo nivel de las economías confiables, las economías que crecen».

La alegría duró poco, dado que en 2021 el país descendió a la categoría «standalone», un purgatorio financiero que, en los hechos, hace muy difícil el acceso al mercado de crédito.

Ahora, el RIGI es visto por los empresarios como un paso en el sentido correcto, porque garantiza la libertad para remesar divisas, algo que a los inversores les preocupa mucho más que los beneficios impositivos. Y la expectativa de mínima que manejan las consultoras de negocios argentinas es que se concreten inversiones directas estadounidenses por no menos de u$s5.000 millones anuales.

En realidad, no es un número descabellado si se tiene en cuenta que en el mejor momento de la gestión macrista, en 2017 y 2018, tras la realización del foro empresarial conocido como «mini Davos», hubo un flujo inversor de u$s10.000 millones cada año, que luego cayó ante la incertidumbre de la continuidad política. El máximo histórico se había dado en 1999, con un ingreso de u$s22.000 millones. En el otro extremo, durante la gestión de Alberto Fernández, y con vigencia plena del cepo, la inversión directa estadounidense cayó a mínimos históricos.

La apuesta al «friend shoring»

Milei, que mencionó su intención de avanzar en un acuerdo bilateral, no dejó en claro si está pensando en un tratado de libre comercio, algo para lo cual necesitaría el aval de los socios del Mercosur, o si está haciendo una apuesta de tipo geopolítico.

En realidad, la expectativa del gobierno es que, más allá de si se formaliza o no un tratado, Argentina reciba un trato privilegiado por parte de Estados Unidos. En el gobierno creen que, en realidad, Trump no hará una suba generalizada de aranceles, como amenazó en la campaña electoral, sino que usará esas barreras comerciales con criterio político, para premiar o castigar a los gobiernos, según sea el caso.

Además, creen que Argentina se puede beneficiar por el corte que anunció Trump a la producción off shore de empresas que usan proveedores chinos. Los analistas internacionales hablan de un nuevo esquema, «friend-shoring», que implica que Trump tercerizará la producción de sus cadenas industriales en países amigos, que le resulten proveedores confiables. Milei apuesta a que Argentina estará en el tope de esa lista.

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