Tal vez el dato más importante en la inflación de marzo no haya sido la desaceleración, que todos daban por descontada, sino el hecho de que otra vez el IPC general tuvo una variación menor que la canasta alimentaria básica.
En marzo dio una décima menos que el IPC, 10,9% contra 11%. Pero lo importante es el cambio de tendencia, porque ya van tres meses consecutivos en que la canasta alimentaria evoluciona a un ritmo más lento que la inflación promedio. En lo que va del año, se encareció un 34%, una cifra relativamente menor si se la compara con el 51% que registra el IPC.
Inflación: la canasta alimentaria crece por debajo del IPC
La canasta alimentaria, medida mensualmente por el INDEC, marca lo que tiene que comer una persona para reponer nutrientes en una dieta sana. En la última medición, correspondiente a marzo, quedó establecida en $115.873 para un individuo, o en $358.049 para un hogar con dos adultos y dos menores.
Y se trata de un dato fundamental porque influye sobre el índice de indigencia, que suele tener una alta correlación con la inflación. Es algo que se ve con claridad en la medición del segundo semestre del año pasado: llamó la atención el hecho de que el índice de indigencia haya subido en mayor proporción que el de pobreza.
Registró 11,9% -representa 5,5 millones de personas- en comparación con el 9,3% que se había medido en el primer semestre del 2023. La pobreza, en cambio, subió desde el 40,1% hasta el 41,7% en un semestre.
Lo que estos números reflejan es que, durante la aceleración inflacionaria del año pasado, el rubro que más subió fue el de alimentos y los productos básicos de consumo, mientras que quedaron «pisados» los servicios y otros precios que no forman parte de la canasta familiar para los segmentos de las franjas de bajos ingresos.
Puesto en números, en el segundo semestre de 2023, la inflación fue de 105%, mientras que en ese mismo período la canasta se encareció un 125%.
La canasta alimentaria que mide el Indec se encareció menos que el IPC general por tercer mes consecutivo
El cuadro de situación termina de cerrar cuando a esas cifras se les antepone la variación salarial. Según la medición del Indec, el salario promedio del sector registrado sólo subió un 75% en ese período.
Pero, en realidad, los sectores con riesgo de caer en la indigencia no suelen tener un empleo formal con un salario fijo, sino que se trata de trabajadores que, sobre todo, se maneja en la informalidad. Esto hace peor la comparación, porque mientras la canasta alimentaria se encarecía un 125%, el ingreso del sector informal apenas pudo crecer un infimo 52%.
Cambio de precios relativos
Tres meses pueden ser un lapso demasiado corto para asegurar un cambio de tendencia, pero en principio las estadísticas apuntan a que la tendencia se está profundizando. Por lo pronto, el relevamiento de precios que hace semanalmente la consultora LCG para la canasta alimenticia indica que, en las primeras dos semanas de abril, la inflación fue de apenas un 0,6%.
Es una cifra que denota una fuerte desaceleración, si se considera que, un mes atrás, se registraba un 7%.
Y, para alegría de Toto Caputo, que argumenta que hay precios que están bajando, el relevamiento marca que hay categorías de productos que, efectivamente, tuvieron un retroceso. De hecho, si no fuera porque en el rubro de lácteos sigue habiendo subas fuertes, casi todos los precios mostraron un freno muy importante.
Claro que todo esto va a tener, como contrapeso, los aumentos de las tarifas de servicios públicos, que en abril tendrán un shock por el corte de subsidios.
Aun así, todo apunta a que es posible que el IPC de abril se ubique otra vez en zona de un dígito, y ya hay estimaciones privadas que ubican el número en 9,5%. El rubro de alimentos, de afirmarse la tendencia, podría ubicarse por debajo del 7%, confirmando así el cambio de ciclo en que los precios de alimentos se abaratan en términos relativos frente a los servicios y los productos suntuarios.
Quedará para la polémica entre economistas si esta moderación en los precios se debió al propio clima recesivo, que ha inducido a una baja en el nivel de consumo, o si es que resultaron efectivas las amenazas de Toto Caputo para que los supermercados abandonen las promociones de «dos por uno» y para que los fabricantes se moderen a la hora de «pricear» los productos alimenticios.
El sector de trabajadores informales fue el que sintió con más intensidad la aceleración inflacionaria a fines del año pasado
Persiste situación del asalariado pobre
En cambio, si la comparación se hace entre el IPC y la canasta básica total -la que mide todos los bienes y servicios necesarios para estar sobre la línea de pobreza-, la situación todavía no muestra una mejora.
De hecho, en lo que va del año hasta se agravó, dado que esa canasta -que mide $250.286 para un individuo o $773.385 para una familia de dos adultos y dos menores- se encareció un 56%, o sea cinco puntos porcentuales encima del IPC.
El otro factor que entra en el análisis es el del desempleo, que todavía -con cifras hasta fin de año- se mantiene bajo, con una tasa de apenas 5,7%, el registro más bajo en lo que va de este siglo. Aunque claro, también en este caso hay una «letra chica» que observar atentamente: el sector informal -que no cobra un salario regular ni hace aportes jubilatorios- es 36% del total.
De hecho, esa porción de informales -en su mayoría monotributistas de la franja más baja, cuentapropistas o personas que hacen «changas»- es la que crece más rápido, mientras que el segmento del trabajo formal en el sector privado se mantiene estancado.
Lo cierto es que el desempleo, al menos tal como lo mide la estadística oficial, está en su nivel más bajo. Pero la pobreza aumenta. Y eso puede dar lugar a una sola conclusión: es cada vez mayor la cantidad de trabajadores pobres, cuyo ingreso no alcanza para comprar la canasta básica.
Se confirma así el fenómeno que los economistas y sociólogos vienen observando hace algunos años: cambió la foto tradicional de la situación social argentina, en la cual quienes estaban por debajo de la línea de pobreza eran personas subocupadas, personas con baja calificación educativa que hacían «changas» o trabajaban pocas horas, pero no alcanzaba a los empleados con ingreso regular.
Ahora, para alarma del Gobierno y los sindicatos, el hecho de tener un trabajo ya no es el pasaporte al ascenso social.